Por Rodrigo Santamaría Vicente [1] [2]
Fukuoka es un referente científico, filosófico y ecologista,
tal vez también anarquista. Lo es a pesar de lo poco traducido que está al
español (este es uno de los pocos libros).
En la tradición de viaje de la inmersión en el sistema a la
apertura antisistema de Tólstoi [3] o Lao Tsé [4], pasa de noble, burócrata o
(en este caso) científico a una concepción de la Vida en términos acientíficos,
filosóficos y netamente ecológicos.
Su prosa es sencilla, pero no simple. La ciencia ha dividido
el mundo en nombres, pero no la entendemos. Yavéh dio a Adán el poder de
nombrar a todos los seres. Con la adjetivización llega la división: con el
poder de nombrar los ángeles se dividen, y aparecen los demonios. Nombramos a
los montes, el cielo, la hierba y el agua; y creemos que conocemos su esencia.
Nombramos a las bacterias, los hongos, los rizomas, los genes y los
nucleótidos; y creemos que ahora sí conocemos su esencia.
Fukuoka habla desde la experiencia, como microbiólogo que,
tras buscar la verdad en su microscopio, abrumado y tras una crisis
existencial, cambia su vida por completo para volver a trabajar en las tierras
de sus padres. Es la simplificación la que nos hará libres: no tratar de
comprender, no tratar de solucionar, no tratar de trabajar. El concepto taoísta
del no-hacer (wu wei) es clave en la obra de Fukuoka, y con él elabora su
método de cultivo: no arar, no fumigar, no plantar, no retirar la paja, no
quitar la mala hierba.
No-hacer no significa despreocuparse. Significa hacer muy
poco, y sobre todo constancia y observación. Observar que si no retiro la paja,
se descompone, nitrogena, oxigena y nutre el suelo creando mantillo, con lo que
no es necesario arar. Observar que si no retiro la mala hierba, tendré menos
plantas que den grano, pero las que tenga serán las más fuertes y darán más
grano. Esto no son sólo bonitas palabras. Como toda la filosofía oriental (muy
al contrario que la occidental), la aplicación práctica es consustancial:
Fukuoka ofrece datos objetivos de las toneladas de arroz recogidas con su
método, de los costes, del número de granos por planta, del calendario de
siembra, etc.
Y los datos son sorprendentes, obteniendo rendimientos
similares a los del monocultivo intensivo, con una porción de trabajo mínima.
El proceso no es sencillo, pero sí es simple. Algunos occidentales han
intentado llevar a cabo el proceso entendido como dejadez y esto no ha
funcionado. Otras, como gente en California, lo han llevado a cabo bien entendido, y han creídoque no ha
funcionado. Tuvo que ser el propio Fukuoka, en uno de los muchos viajes
realizados en sus últimos años de vida [5] el que les hiciera ver que bajo ese
montón de cardos, diente de león, trébol y bichos crecían pepinos, tomates y
todo tipo de hortalizas, hierbas aromáticas, rábanos y patatas.
Yo ya he empezado a esparcir trébol blanco y a hacer bolitas
de arcilla llenas de semillas. La experiencia es agradable, el resultado habrá
que verlo.
—
Notas
[1] Rodrigo Santamaría Vicente es profesor de Ingeniería
Informática en la Universidad de Salamanca. Es colaborador de EcoPolítica.
[2] Reseña del libro La revolución de una brizna de paja. Una
introducción a la agricultura natural de Masanobu Fukuoka (EcoHabitar, 2012).
[3] Recomiendo la lectura de ‘Contra aquellos que nos
gobiernan’ (Ed. Pepitas de Calabaza) o de ‘Confesión’ (Ed. Acantilado), ambos
recientemente publicados, donde el autor desgrana su filosofía de vida en su
última etapa.
[4] El taoísmo y su explicación del mundo como interrelación
de opuestos está latente en la obra de Fukuoka, y acaso en la solución, de los
problemas a los que nos enfrentamos.
[5] Narrados en otro libro no traducido al español: Sowing
seeds in the desert.
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